El futuro que no vendrá
Sé que ahora eres feliz. Y no es que antes no lo fueras, claro.
Me refiero a esa felicidad que nace al compartir la vida con alguien a quien amas, y me alegra verte así. Esa alegría se desborda cuando te observo, aunque sea de lejos, persiguiendo tus metas mientras le sonríes a ella. Te ves increíble. Me gustaría decírtelo, pero el miedo todavía me acecha.
No el miedo de amarte —ese ya lo he aprendido a aceptar—, sino el temor de irrumpir en la tranquilidad de tu vida. Qué absurdo, qué egoísta de mi parte pensar que aún me guardas en tu corazón.
No voy a mentirte: a veces deseo que no puedas ser más feliz de lo que lo fuiste en aquellos momentos eternos y fugaces que vivimos. Aunque ni siquiera sé si alguna vez fueron verdaderamente nuestros. Pero no te culpo, es solo el ego que me invade, seguido por un profundo arrepentimiento.
Aun así, no temas de mis viejas manías. Son más los días en los que rezo para que seas la persona más feliz del mundo, para que no albergues rencores y puedas vivir en libertad, sin vernos, sin cruzarnos… aunque el destino a veces juegue con nosotros y nos cruce por el camino.
Porque coincidir es una cosa… y poder mirarte, otra muy distinta. Te reconozco entre la multitud más fácil de lo que quisiera admitir —y, la verdad, lo odio—. Odio que el destino me ponga frente a ti. A veces quiero llamarlo casualidad, pero mis pensamientos más tercos me susurran que el amor aún toca a mi puerta, que nuestra historia no ha terminado, que lo nuestro sigue intacto como un milagro del cielo.
Pero no puedo fingir. Tu corazón ahora le pertenece a una mujer hermosa. Y yo… yo soy solo el pasado. Un futuro que jamás vendrá a buscarnos.
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